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Don Roberto se quita las gafas, las mete en el estuche y las pone sobre la mesa de
noche, al lado del vaso de agua, que tiene dentro, como un misterioso pez, la dentadura
postiza.
 No te quites el camisón, te puedes enfriar.
 No me importa, lo que quiero es gustarte. Filo sonr�e, casi con picard�a.
 Lo que quiero es gustar mucho a mi maridito... Filo, en cueros, tiene todav�a cierta
hermosura.
 �Te gusto a�n?
 Mucho, cada d�a me gustas m�s.
 �Qu� te pasa?
 Me parec�a que lloraba un ni�o.
 No, hija, est�n dormiditos. Sigue...
Mart�n saca el pa�uelo y se lo pasa por los labios. En una boca de riego, Mart�n se
agacha y bebe. Creyó que iba a estar bebiendo una hora, pero la sed pronto se le acaba.
El agua estaba fr�a, casi helada, con un poco de escarcha por los bordes.
Un sereno se le acerca, toda la cabeza envuelta en una bufanda.
 Conque bebiendo, �eh?
 �Pues, s�! Eso es... Bebiendo un poco...
 �Vaya nochecita! �Eh?
 �Ya lo creo, una noche de perros! El sereno se aleja y Mart�n, a la luz de un farol,
busca en su sobre otra colilla en buen uso.
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Camilo Jos� Cela La colmena
 El polic�a era un hombre bien amable. �sa es la verdad. Me pidió la documentación
debajo de un farol, se conoce que para que no me asustase. Adem�s me dejó marchar en
seguida. Seguramente habr� visto que yo no tengo aire de meterme en nada, que yo soy un
hombre poco amigo de meterme en donde no me llaman; esta gente est� muy
acostumbrada a distinguir. Ten�a un diente de oro y llevaba un abrigo magnifico. S�, no hay
duda que deb�a ser un gran muchacho, un hombre bien amable...
Mart�n siente un temblor por todo el cuerpo y nota que el corazón le late, otra vez con
m�s fuerza, dentro del pecho.
 Esto se me quitaba a m� con tres duros.
El panadero llama a su mujer.
 �Paulina!
 �Qu� quieres!
 �Trae la palangana!
 �Ya estamos?
 Ya. Anda, est�te callada y vente.
 �Voy, voy! Pues, hijo, �ni que tuvieras veinte a�os!
La alcoba de los panaderos es de recia carpinter�a de saludable nogal macizo,
vigoroso y honesto como los amos. En la pared lucen, en sus tres marcos dorados iguales,
una reproducción en alpaca de la Sagrada Cena, una litograf�a representando una Pur�sima
de Murillo, y un retrato de boda con la Paulina de velo blanco, sonrisa y traje negro, y el
se�or Ramón de sombrero flexible, enhiesto mostacho y leontina de oro.
Mart�n baja por Alc�ntara hasta los chalets, tuerce por Ayala y llama al sereno.
 Buenas noches, se�orito.
 Hola. No, �sa no.
A la luz de una bombilla se lee "Villa Filo". Mart�n tiene a�n vagos, imprecisos,
difuminados respetos familiares. Lo que pasó con su hermana... �Bien! A lo hecho, pecho, y
agua pasada no corre molino. Su hermana no es ning�n pendón. El cari�o es algo que no se
sabe dónde termina. Ni dónde empieza tampoco. A un perro se le puede querer m�s que a
una madre. Lo de su hermana... �Bah! Despu�s de todo, cuando un hombre se calienta no
distingue. Los hombres en esto seguimos siendo como los animales.
Las letras donde se lee "Villa Filo" son negras, toscas, fr�as, demasiado derechas, sin
gracia ninguna.
 Usted perdone, voy a dar la vuelta a Montesa.
 Como usted guste, se�orito. Martin piensa:
 Este sereno es un miserable, los serenos son todos muy miserables, ni sonr�en ni se
enfurecen jam�s sin antes calcularlo. Si supiera que voy sin blanca me hubiera echado a
patadas, me hubiera deslomado de un palo.
Ya en la cama, do�a Mar�a, la se�ora del entresuelo, habla con su marido. Do�a Mar�a
es una mujer de cuarenta o cuarenta y dos a�os. Su marido representa tener unos seis m�s.
 Oye, Pepe.
�#Qu�.
 Pues que est�s un poco despegado conmigo.
 �No, mujer!
 S�, a m� me parece que s�.
 �Qu� cosas tienes!
Don Jos� Sierra no trata a su mujer ni bien ni mal, la trata como si fuera un mueble al
que a veces, por esas man�as que uno tiene, se le hablase como a una persona.
 Oye, Pepe.
 Qu�.
 �Qui�n ganar� la guerra?
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Camilo Jos� Cela La colmena
 �A ti qu� m�s te da? Anda, d�jate ahora de esas cosas y du�rmete.
Do�a Mar�a se pone a mirar para el techo. Al cabo de un rato vuelve a hablar con su
marido.
 Oye, Pepe.
 Qu�.
 �Quieres que coja el pa�ito?
 Bueno, coge lo que quieras.
En la calle de Montesa no hay m�s que empujar la verja del jard�n y tocar dentro, con
los nudillos, sobre la puerta. Al timbre le falta el botón y el hierrito que queda suelto, a veces,
corriente. Mart�n ya lo sab�a de otras ocasiones.
 �Hola, do�a Jesusa! �Cómo est� usted?
 Bien, �y t�, hijo?
 �Pues ya ve! Oiga, �est� la Marujita?
 No, hijo. Esta noche no ha venido, ya me extra�a. A lo mejor viene todav�a.
�Quieres esperarla?
 Bueno, la esperar�. �Para lo que tengo que hacer!
Do�a Jesusa es una mujer gruesa, amable, obsequiosa, con aire de haber sido
guapetona, te�ida de rubio, muy dispuesta y emprendedora.
 Anda, pasa con nosotras a la cocina, t� eres como de la familia.
 Si...
Alrededor del hogar donde cuecen varios pucheros de agua, cinco o seis chicas
dormitan aburridas y con cara de no estar ni tristes ni contentas.
 �Qu� fr�o hace!
 Ya, ya. Aqui se est� bien, �verdad?
 S�, �ya lo creo!, aqu� se est� muy bien. Do�a Jesusa se acerca a Mart�n.
 Oye, arr�mate al fogón, vienes helado. �No tienes abrigo?
 No.
 �Vaya por Dios!
A Mart�n no le divierte la caridad. En el fondo, Mart�n es tambi�n un nietzscheano.
 Oiga, do�a Jesusa, �y la Uruguaya, tampoco est�?
 Si, est� ocupada; vino con un se�or y con �l se encerró, van de dormida.
 �Vaya!
 Oye, si no es indiscreción, �para que quer�as a la Marujita, para estar un rato con
ella?
 No... Quer�a darle un recado. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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  • Copyright � 2016 Wiedziała, że to nieładnie tak nienawidzić rodziców, ale nie mogła się powstrzymać.
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