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torre más cercana. ¿Dónde estaban las cruces entrecruzadas de Inglaterra?
Esa era la enseña tricolor de Francia.
Mientras trataba de descifrar el enigma, un nombre vestido con ropas de cuero color
marrón se abrió paso entre la animada multitud, a la que hizo callar hablando a gritos.
- Váyanse todos a sus casas antes de que vengan los soldados y los maten. Y no
mencionen ni una palabra de esto o terminarán colgados de las puertas de la ciudad.
Miradas de terror reemplazaron el júbilo y comenzaron a moverse a un mismo tiempo,
todos excepto dos hombres que se acercaron a recoger las armas desparramadas en el
interior. El gas se había disipado, así que los dejé pasar. El primer hombre se tocó el
sombrero con dos dedos al aproximarse a mí.
- Muy bien hecho, señor, pero tendrá que alejarse en seguida porque alguien puede
haber oído ese disparo.
- ¿Y adónde voy? Es la primera vez en mi vida que vengo a Oxford.
Me miró rápidamente de arriba a abajo del mismo modo que yo lo estudiaba a él con la
vista, y tomó una decisión.
- Vendrá con nosotros.
Justo a tiempo porque escuché los pasos marciales de botas en el puente cuando nos
dirigíamos apresurados por un camino lateral, cargados con las armas. Pero estos
hombres eran de la zona y conocían las curvas y atajos, y noté que nunca nos vimos en
un gran peligro. Corrimos y caminamos en silencio durante casi una hora hasta que
llegamos a un inmenso granero, aparentemente nuestro punto de destino. Entré detrás de
los demás y apoyé mi baúl en el suelo. Cuando me enderecé, los dos hombres que
habían acarreado las armas me agarraron de los brazos, mientras el hombre vestido de
cuero marrón me puso un cuchillo filoso contra la garganta.
- ¿Quién eres? - preguntó.
- Me llamo Brown, John Brown, y vengo de los Estados Unidos. ¿Cómo es tu nombre?
- Brewster. - Acto seguido, y sin cambiar el tono de voz, agregó: - ¿Me puedes dar una
razón para que no te matemos por espía?
Sonreí apaciblemente para demostrarle lo insensato de tal idea. Pero por dentro no me
sentía nada tranquilo. Espía, ¿por qué no?
¿Qué podía responderle? Piensa pronto, Jim, porque un cuchillo mata tan
rotundamente como una bomba A. ¿Qué sabía yo? Que Oxford estaba ocupada por
soldados franceses. Lo cual significaba que debían haber invadido Inglaterra,
adueñándose de todo el territorio o de parte de él. Se había organizado una resistencia
contra esta invasión - la gente que me retenía era prueba de ello -, así que saqué de este
hecho una pista y traté de improvisar.
- Vine aquí en una misión secreta. - Eso siempre da resultado. El cuchillo seguía
presionando mi garganta. - Como sabrán, los Estados Unidos apoyan su causa...
- Norteamérica ayuda a los franchutes; ya lo dijo Benjamín Franklin.
- Sí, claro, el señor Franklin es responsable de esto en gran medida. Francia es
demasiado poderosa y por eso hacemos causa común con ella. Aparentemente. Pero hay
hombres como yo que quieren ayudarlos.
- Demuéstralo.
- Cómo podría hacerlo? Los papeles pueden ser falsificados, sería una inconsciencia
llevarlos con uno, y de todas maneras ustedes no les darían crédito. No obstante, tengo
algo que sirve de constancia y que yo debía entregar a cierta gente en Londres.
- ¿A quién? - Me pareció que el cuchillo se había retirado levemente de mi cuello.
- Eso no se lo puedo decir. Sin embargo, por toda Inglaterra hay hombres como
ustedes que desean sacudiese del yugo tiránico. Nos hemos puesto en contacto con
algunos grupos, y yo estoy encargado de hacer entrega de la prueba que les mencioné.
- ¿Qué es?
- Oro.
Eso los impactó y sentí que los brazos que me sujetaban aflojaban algo la presión.
Aproveché la ventaja.
- Ustedes nunca me habían visto antes, y probablemente nunca vuelvan a verme. Pero
yo puedo suministrarles la ayuda que precisan para comprar armas, sobornar a soldados,
asistir a los prisioneros. ¿Por qué creen que me batí con esos soldados hoy en público? -
pregunté, con repentina inspiración.
- Dínoslo - respondió Brewster.
- Para conocerlos a ustedes. - Miré lentamente sus rostros sorprendidos -. Hay ingleses
leales en todos los rincones de esta tierra que odian al invasor y que quieren arrojarlos de
estas verdes costas. ¿Cómo puede uno ponerse en contacto y colaborar con ellos? Acabo
de mostrarles una manera... y de suministrarles estas armas. Ahora les entregaré oro
para que prosigan la lucha. Así como yo confío en ustedes, deben ustedes confiar en mí.
Si lo desean, tendrán oro suficiente como para escabullirse de aquí y vivir felices en algún
lugar mejor del mundo. Pero no creo que lo hagan. Han arriesgado sus vidas por estas
armas. Harán lo que crean más adecuado. Yo les daré el oro y partiré. Nunca volveremos
a encontrarnos. Debemos basarnos en la confianza mutua. Yo confío en ustedes... -
Reduje mi voz de modo que pudieran ellos terminar la frase.
- A mí me parece bien, Brewster - dijo uno de los hombres.
- A mí también - añadió otro -. Recibamos el oro.
- Yo recibiré el oro, si es que hay que recibirlo - dijo Brewster bajando el cuchillo, pero
aún vacilante -. Podría ser todo una mentira.
- Podría ser - me apresuré a decir, antes de que empezara a destripar mi endeble
historia -. Pero no lo es, y tampoco importa. Verán que esta noche ya me he ido y nunca
nos volveremos a encontrar.
- El oro - dijo mi guardián.
- Vamos a verlo - dijo Brewster, reacio. Había logrado mi objetivo. Después de esto, no
podría echarse atrás.
Abrí el cofre con sumo cuidado mientras una pistola me presionaba en los riñones.
Tenía el oro. Esa era la única parte cierta de mi historia. Lo llevaba fraccionado en una
cantidad de bolsitas de cuero, con el propósito de financiar este operativo. Es decir,
exactamente lo que estaba haciendo ahora. Saqué una y se la entregué a Brewster con
aire solemne.
Extrajo varios gránulos relucientes y todos lo miraron. Yo proseguí.
- ¿Cómo hago para llegar a Londres? - pregunté -. ¿Por el río?
- Hay centinelas en cada esclusa del Támesis - respondió Brewster, mirando aún el
empedrado de oro en la palma de su mano -. No podría llegar más allá de Abingdon. El
único modo es a caballo, por caminos laterales.
- No conozco esos caminos. Voy a necesitar dos caballos y alguien que me guíe.
Puedo pagar, como se darán cuenta.
- Luke te acompañará - dijo, levantando por fin la mirada -. Antes era carretero. Pero
sólo hasta la muralla. Tendrás que valerte por ti mismo para burlar la vigilancia de los
franchutes.
- De acuerdo. - Así que Londres estaba ocupada. ¿Y el resto de Inglaterra?
Brewster salió a buscar los caballos y Guy sacó a relucir pan ordinario y queso, al igual
que cerveza, que tuvo más aceptación. Conversamos, o mejor dicho, ellos conversaron y [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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  • Copyright © 2016 WiedziaÅ‚a, że to nieÅ‚adnie tak nienawidzić rodziców, ale nie mogÅ‚a siÄ™ powstrzymać.
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