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después una caprichosa ráfaga de viento hizo que una de las nubes se apartara por un segundo, y Ras
vio un cuerpo calcinado. El humo volvió a cubrirlo. Una puerta resonó con un golpe seco. Ras vio cómo
unos zapatos aparecían por entre el humo, bajando hasta tocar la piedra, y cómo volvían a desaparecer
en la humareda. El propietario de los zapatos estaba tosiendo. Los zapatos pasaron corriendo a unos
pocos metros de él. Los tobillos pertenecían a un hombre blanco más bien flaco. El hombre volvió a
toser y se esfumó.
Otro par de pies apareció, desapareció, volvió a aparecer, y se marchó en la misma dirección que el
primer par. Ras logró encontrar su rifle, le puso un cargador nuevo y se arrastró en la dirección tomada
por aquellos pies. Tropezó con el recinto del que había salido. Se tendió en el suelo, luchó por dominar
su tos y aguzó el oído. No consiguió oír nada. Los dos hombres podían estar esperándole, y también era
posible que hubieran buscado refugio en algún otro sitio. También podían haber corrido hacia el almacén
para bajar la cuerda de la ventana utilizando la máquina y descender hasta la superficie del lago. Y
también era posible que ninguno de los dos le hubiera visto, Quizá creyeran que la explosión había sido
un accidente. No, era imposible que creyeran eso, porque aunque no le hubieran visto habían oído el
rifle. El helicóptero más pequeño había hecho bastante ruido al bajar, pero Ras estaba seguro de que el
ruido no había sido suficiente para ahogar el sonido del rifle.
El viento estaba haciendo que el humo fuese hacia la escalera de caracol, por lo que a Ras le resultaba
imposible ver nada más allá de un par de metros. Ahogó otro ataque de tos y empezó a bajar a rastras
por los peldaños. Cuando llegó al fondo se agazapó y escuchó. La puerta de la celda apenas si era
visible. La ventanilla estaba abierta, pero ningún rostro asomaba por ella. Ras atisbó por la esquina de la
escalera. El humo se estaba haciendo tan espeso que ya no podía ver ni el final del pasillo. Los dos
cadáveres estaban ocultos por las nubes de humo, pero aun así logró ver que tanto el rifle como la
pistola y la cartuchera del centinela habían desaparecido.
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Sonrió. Quien hubiera bajado hasta aquí o había seguido avanzando por el pasillo hasta una de las
habitaciones que había a lo largo de él, o había ido hasta el almacén, o se ocultaba en la celda. Claro que
si esa persona o personas no tenía una llave no podría entrar en la celda dado que Ras había
cogido la llave del centinela.
Un hombre podría haber seguido hasta una de las estancias que había detrás de las tres puertas del
pasillo, dejando al otro hombre en la celda para que así pudieran coger a Ras entre ambos.
En ese momento un rostro apareció en la ventanilla de la celda. Era una cara que Ras no había esperado
ver, pues creía que la mujer se encontraba demasiado débil para levantarse. Pero allí estaba su flaco
rostro, y sus ojos, carentes de toda emoción, estaban mirando hacia Ras. Su cabeza se inclinaba hacia la
derecha y todo indicaba que la estaban obligando a mirar por la ventanilla, quizá incluso que era
sostenida por alguien.
Aquel presentimiento bastó para advertirle. Ras alzó su rifle, y ya estaba apretando el gatillo cuando
otro rostro apareció detrás de la mujer y el cañón de un arma se deslizó por encima de su hombro,
asomando por la ventanilla.
No podía hacer nada más que disparar. No podía impedir que la mujer estuviera en mitad de su línea de
fuego. Y la mujer se derrumbó hacia atrás con la frente reventada y llena de sangre, y el rostro que había
detrás de ella también salió despedido hacia atrás. El rifle escupió una sola llamarada, y partículas de
piedra golpearon el rostro de Ras cuando la bala rebotó en la pared junto a su cabeza: un instante
después el cañón del arma se alzó bruscamente y volvió a entrar por la ventanilla.
Ras vació el cargador sobre la puerta, apuntando bastante bajo para que las balas acertaran al hombre
tendido en el suelo, siempre que lograsen penetrar la madera con la fuerza suficiente. Después de
recargar el arma esperó durante varios minutos. El único sonido era el rugir ahogado del combustible
ardiendo. El viento debía haber vuelto a cambiar de dirección, pues ahora ya no había humo en la
entrada de la escalera. La humareda del pasillo se había disipado en muy poco tiempo. Ras atisbó por la
esquina de la escalera y no vio a nadie. Se puso en pie y cruzó de un salto el pasillo hasta llegar a la
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